Grupo Loga | despidamos-al-alumno-medio

DESPIDAMOS AL ALUMNO MEDIO





En los años 40, las fuerzas aéreas estadounidenses identificaron un grave problema. Hasta 17 pilotos perdían la vida en sus filas en un solo día. Los ingenieros se defendían, sus aparatos estaban bien diseñados y funcionaban bien, y echaron la culpa a los pilotos. Pero éstos también aseguraban tener la formación y experiencia suficiente para pilotar los aviones. Los mandos ordenaron una investigación. Las primeras conclusiones apuntaban a un aumento en el tamaño de los aviadores. Las cabinas habían sido diseñadas hacía décadas y era probable que los pilotos fueran ahora más grandes.
Así tomaron las medidas de más de 4.000 pilotos y diseñaron una nueva cabina ajustada a la media de todos estos datos. Pero el problema persistía. Entonces alguien pensó, quizá el problema está en aquellos aviadores tan alejados de la media que la cabina no era cómoda para ellos, y revisaron los datos para averiguar cuántos pilotos estarían alejados de esos valores medios. La sorpresa fue grande. El número de pilotos que se encontraba en los valores medios calculados, fue 0. El piloto medio, no existe.
Por estas mismas fechas, un prestigioso ginecólogo y escultor creó a Norma. Una escultura de mujer creada a partir de las medidas medias de los miles de pacientes que habían pasado por su hospital a lo largo de todos sus años de experiencia. Esta escultura se convirtió en un icono nacional. Se vendían reproducciones suyas, y los profesores de educación física de todos los colegios la ponían de ejemplo para todas sus alumnas. Parecerse a Norma se convirtió en un símbolo de patriotismo.
En 1945, un periódico lanzó un concurso, la ganadora, la que más se aproximase a las medidas de Norma. Los científicos aventuraron que el concurso estaría muy reñido y que tendrían que elegir a la vencedora por diferencias de apenas milímetros. Más de 3.800 mujeres se presentaron, pero apenas 40 se acercaron a, al menos, 5 de las 9 dimensiones consideradas, y ni siquiera la ganadora, se acercaba a las 9. La mujer promedio, no existe.
¿CÓMO REACCIONARON?
Las cifras eran elocuentes. Los mandos del ejército instaron a los ingenieros a trabajar para crear cabinas a la medida de cada piloto. ¡Es Imposible! ¡Será muy caro! ¡Utopía!, reaccionaron ellos. Pero era una cuestión de seguridad nacional, una cuestión de vida o muerte, así que no tuvieron más remedio que cooperar y pronto surgieron los frutos. Diseñaron cascos, asientos, palancas, pedales, espejos y volantes regulables, que permitían ajustar la cabina a las necesidades de cada piloto. Innovaciones que se trasladaron a otros sectores y de las que hoy disfrutamos todos.
Pero en el caso de Norma la reacción fue distinta. Médicos, educadores, prensa, y dirigentes sociales, culparon a las mujeres. Pensaron que no estaban haciendo suficiente ejercicio ni manteniendo una dieta suficientemente sana. Así, la industria se lanzó a ofrecer soluciones para que todas las mujeres pudieran parecerse a Norma.
Dietas, gimnasios, postizos, fajas, corsés, tratamientos de belleza, tacones, lentillas de colores. Todos los apoyos necesarios para que, no importa las condiciones de partida, todas las mujeres acabaran pareciéndose a ese ideal de belleza que representaba Norma.
Mientras unos solucionaron el problema generando ideas creativas para personalizar las cabinas y adaptarlas a las condiciones físicas y de conducción de cada piloto, otros lo agravaron centrándose en generar apoyos para que todas las mujeres convergieran en un modelo único válido.
Por muchos años, la industria se ha empeñado en ofrecer a todos un mismo producto o servicio, tratando a todos por igual. Sin embargo, a finales del siglo XX comienza un proceso imparable que lleva a las empresas a personalizar sus servicios. Hoy elegimos los componentes y equipamiento de nuestros coches, personalizamos los viajes y la distribución de las casas. Seguros, banca, moda, estética, fitness y hasta los restaurantes de fast-food apuestan por la personalización.
¿Y LA ESCUELA?
¿Podemos elegir la educación que más se ajusta a nuestro perfil de aprendizaje, a nuestros intereses, a nuestra proyección de futuro?
¿Qopción eligió la escuela?
¿La de los pilotos apostando por la personalización, o la de los apoyos esforzándose por la homogeneización?
¿Es la educación una cuestión vital, suficientemente importante para que todos cooperemos buscando soluciones creativas orientadas a la personalización?
¿O es una cuestión trivial por la que no vale la pena esforzarse y vamos a seguir dejando que sean los alumnos los responsables de no encajar con nuestro modelo de alumno perfecto?
La personalización se abrió paso cuando las empresas lograron entender que sus clientes no eran iguales, que no eran un grupo homogéneo. Primero, segmentaron en relación a su poder adquisitivo, su capacidad de compra, y establecieron así las famosas tres clases: clase alta, clase media y clase obrera. Pero no era suficiente, entendieron que las diferencias entre sus consumidores se debían a muchos más factores y hoy se busca la personalización 1 a 1.
Para lograr esta personalización, las empresas han cambiado sus estructuras, su orientación, su visión del mercado, el modo en que cada miembro entiende su función, colabora y se comunica.
Y se ha servido de la tecnología ante todo, para recoger los datos sobre el perfil de sus clientes, comprenderlos y gestionarlos, agrupándolos no ya, en grandes grupos en función de su poder adquisitivo, sino en nichos que se organizan y re-organizan de forma variable en función del producto y su momento evolutivo.
Los individuos, ya no pertenecemos a un grupo de consumidores durante toda nuestra vida, sino a distintos nichos a la vez, que varían en función del producto, el contexto y nuestro momento vital.
La escuela lleva retraso en este proceso de personalización:
Muchas escuelas siguen ofreciendo su servicio pensando aún en un alumnado homogéneo, ofreciendo el mismo contenido, al mismo tiempo y del mismo modo a todos sus alumnos.
La tecnología ha entrado en muchas aulas si, pero más empeñada en sustituir al docente como emisor de contenidos, creando aplicaciones que hagan más entretenida esa emisión de contenidos, que en aportar herramientas de gestión al docente, herramientas de analítica que le permitan construir el perfil de su alumnado y gestionarlo, generando el mejor agrupamiento para cada tarea, respondiendo a objetivos de aprendizaje y desarrollo personalizados planteados para cada alumno, de forma dinámica y evolutiva.
Algunas editoriales, propuestas y esfuerzos se animan a diferenciar dividiendo a los alumnos en tres grandes grupos, en función de su rendimiento académico: alumnos con dificultades, alumnos medios y alumnos sobresalientes. Pero la sola idea de hablar de alumnos con «Necesidades Educativas Especiales o Específicas» implica considerar al resto como «homogéneo». Si hay niños con necesidades especiales, es porque creemos que «el resto», es igual entre sí, es homogéneo, es regular, norma, masa. Sin embargo:
«El alumno medio no existe, no nos empeñemos
en que todos aprendan a su ritmo»
Las diferencias van mucho más allá del rendimiento académico o la capacidad medida en un test. Personalidad, fortalezas, entorno, intereses, perfil cognitivo, motivación en cada área, sinergias con el grupo, soft skills, preferencias de aprendizaje y expresión, y su propia trayectoria, su background personal, incluso las actividades que hizo este último verano… son muchos los factores a tener en cuenta y que construyen para cada alumno un perfil único de aprendizaje. Un perfil que además no es fijo, sino evolutivo y que se ve afectado por el entorno y las nuevas experiencias de aprendizaje formal e informal.
Por eso, la «oferta» educativa necesita adaptarse a las necesidades de cada alumno. Partir del perfil del alumnado para comprender:
¿Qué les motiva a aprender? Y definir así el producto o el enfoque de los contenidos.
¿Cómo quieren aprenderlo? Y flexibilizar el formato y el método.
¿Cuándo quieren aprenderlo? Adaptando el ritmo de aprendizaje.
¿Cuánto están dispuestos a sacrificarse? Medida en tiempo y esfuerzo que deberá dedicar a cada proceso.
¿Cómo llevarles un escalón más lejos? Planeando estrategias de «upgrade», que les alientes a ir siempre un paso más allá.
Los educadores deberían preocuparse más por buscar y medir la satisfacción de sus alumnos. ¿En qué términos? Una escuela que pone en el centro a sus alumnos, debe preguntarse y evaluar de forma constante:
¿Estamos respondiendo a sus necesidades de aprendizaje?
¿Le estamos llevando al máximo de su potencial?
¿Esta siendo la escuela para él o ella, un lugar dónde explorar sus intereses, desarrollar sus capacidades, fortalecer su personalidad?
¿Los estamos preparando para afrontar un futuro incierto y cambiante, su futuro?
Y, cómo una «empresa» orientada a su mercado, poner el objetivo en lograr la fidelización de sus alumnos, es decir, en desarrollar su capacidad y pasión por aprender para toda la vida. Lo que hoy se llama «learnability» y que se ha convertido ya en una de las destrezas básicas para enfrentar el futuro profesional y personal, en entornos desconocidos y de cambios constantes.
Autor:Ined 21 Fuente:https://ined21.com/despidamos-al-alumno-medio/