Grupo Loga | el-sembrador-de-esperanza

El sembrador de esperanza

El sembrador de esperanza La pandemia trajo días aciagos; la desdicha también atacó a los sistemas educativos. Empeoró lo que estaba mal y desmejoró lo que más o menos funcionaba. El sentir generalizado en México es que la educación es de baja calidad, más baja aún para los pobres, y peor todavía para los infantes de zonas rurales e indígenas. Numerosos estudios lo señalan.



Sin embargo, aquí y allá se documentan excepciones, buenas prácticas que contradicen la tendencia dominante; llegan a la experiencia de las escuelas gracias a docentes ejemplares. Muchos de ellos desempeñan su trabajo en condiciones materiales difíciles en extremo, pero su ánimo no se quiebra, su vocación para enseñar persevera.
Ese es el caso del maestro Bartolomé Vázquez, que trabaja en la escuela multigrado primaria bilingüe Mariano Escobedo, en la comunidad de Monte de los Olivos, Chiapas. Él es el personaje central del documental de Melissa Elizondo, El sembrador. El Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM produjo el filme.

La narrativa cinematográfica de Elizondo se centra en dos presencias: la del maestro como figura principal, y la de los niños de la escuela multigrado, que van de los cinco hasta los doce o trece años y, de manera fugaz, una abuela.
En los créditos del documental no se menciona a qué municipio pertenece Monte de los Olivos, pero dudé que se encontrara en territorio zapatista. Por ello, busqué información y encontré que pertenece al municipio de Venustiano Carranza. Los datos más recientes señalan que la población de Monte de los Olivos es de 243 habitantes y se ubica a 1721 metros de altitud. También tengo la impresión de que el profe Bartolomé, aunque sea parte de ella, no hace mucho caso a las consignas de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. Para él, los niños —bellos, sonrientes, juguetones y aplicados— son su prioridad.
El profesor atiende a alrededor de cuarenta alumnos de los seis grados, más unos cuantos, que él denomina oyentes, de cinco años o menores. Supongo que en la comunidad no hay un preescolar.
La comunidad está alejada de las carreteras importantes, pero cuenta con electricidad y agua potable, que quién sabe qué tan bebible será. La escuela tiene el equipamiento necesario, incluye marimba, batería, teclado y guitarras eléctricas; todas de modesta fabricación, pero útiles para la enseñanza.
Con escenas de maravilla —bosques, lagunas y nubes, caballos en reposo o al trote—, el documental deja entrever la técnica pedagógica del docente, siempre cerca de los infantes: juegos, ejercicios y responsabilidades compartidas. “El mejor maestro de un niño es otro niño”, dice en un pasaje.
Las niñas, más que los niños, dicen que les gusta leer; muestran sus adelantos en matemáticas, hacen dibujos y gráficas en las pizarras y realizan sus tareas en equipo. Los mayorcitos apoyan a los más pequeños.
La escuela multigrado Mariano Escobedo es virtuosa gracias a los atributos del maestro Bartolomé. Los niños disfrutan de libertad, estudian y aprenden a su ritmo, cooperan unos con otros y sus tareas no se circunscriben al espacio escolar. Los campos, arroyos, montes y lagunas también son espacios de aprendizaje.
El maestro Bartolomé les enseña a leer y a escribir y pone ejercicios de los libros de texto, pero no pontifica, sino que sigue la guía de los mismos alumnos; además, previene contra el alcoholismo y el machismo. También —aunque no es parte central del filme— critica al burocratismo y la cantidad de tiempo que le quita su función de director, que bien podría utilizar para fortalecer el aprendizaje de los alumnos.
Este profe rural hace mucho, mucho, más. No es maestro de música, pero sus alumnos se entonan bien con la marimba; no es docente de educación física, pero sus niños y niñas juegan básquetbol y futbol. Tal vez sea una de las pocas comunidades de Chiapas donde no chotean a las chiquillas por practicar este deporte. También nadan en aguas naturales, aunque en la película no aparecen las niñas —por respeto, expresó la directora, Melissa Elizondo— ya que no tienen traje de baño.
Participé, junto con Elizondo, como comentarista de su documental en el Film Festivaletteque cada año organizan Adriana Cepeda y Jorge Baxter como parte de la conferencia anual de la Comparative and International Education Society (CIES por sus siglas en inglés), el 4 de mayo pasado.
Tal vez, alguien que comenzó como instructor comunitario del Conafe y se hizo maestro con base en esfuerzo y sacrificios no conozca a fondo la filosofía o teorías de la educación. No obstante, quien vea la película posiblemente percibirá ecos de la comunidad educativa de Decroly, la educación por medio del trabajo de Freinet (niñas y niños laboran con el azadón) o la incorporación de la experiencia de vida a la escuela, como lo propuso Dewey. Incluso, como lo destacó la educadora finlandesa Zsuzsa Millei en el Festivalette, se asoman ecos de concientización a la Paulo Freire.
El documental también destaca que en esa escuela la cuestión de género es importante. Sin preconizar un discurso feminista, el profe Bartolomé levanta el espíritu de las niñas y pone demostraciones pertinentes para los niños. Por ejemplo, después de una práctica le dice a uno de ellos: “Ya ves que echar tortillas no es nada fácil”. Así, él y sus alumnos revaloran las tareas del hogar y apunta que no deben ser sólo responsabilidad de las mujeres.
Melissa Elizondo tiene claro que halló una joya, un maestro excepcional; para ella —y para nosotros— resultó una peripecia alegre haberlo encontrado cuando lo que buscaba en un principio era documentar la lucha de la CNTE. Pero varias maestras que contactó durante una de las marchas de la Coordinadora chiapaneca a la Ciudad de México le presentaron al profe Bartolomé y le hablaron maravillas de su trabajo.
Con cierta desconfianza, fue a visitarlo a Monte de los Olivos junto con parte de su equipo. La suspicacia se desvaneció el primer día; alumnos y madres de familia con quienes charlaron refrendaron la buena opinión que tenían del profe Bartolomé sus colegas de la CNTE, aunque no participaba mucho en marchas ni huelgas. A la siguiente semana comenzó el rodaje.
Otra de las participantes en la sesión de comentarios del documental sugirió que los formadores de docentes deberían verlo para cultivarse con esa experiencia, y una de mis estudiantes —orgullosa normalista— comentó que lloró cuando la vio; la emoción la inundó.
En los años recientes, junto con mis colegas Gaby Yáñez e Iván Sánchez, he compilado casos de buenas prácticas de educación: un primer volumen ya está en prensa. Son arrojos de esperanza contra un vendaval de burocratismo, sinsabores y fallas en el sistema educativo mexicano. La circunstancia del maestro Bartolomé y su escuela caben de maravilla en esa edutopía: una educación democrática, significativa y de aprendizaje profundo.
Me clavé en la película y Simitrio irrumpió en mi memoria. Aquella cinta retrata a don Cipriano (José Elías Moreno, en el mejor papel de su carrera), un maestro de una escuela rural unitaria casi ciego, que el pueblo adoraba, pero que la burocracia quería jubilar. El grupo de alumnos le hacía la vida imposible con travesuras y bromas pesadas y, como el profe no distinguía quién era quién, le cargaban la culpa a Simitrio, un niño que nunca ingresó a la escuela porque la familia se mudó del pueblo.
Imaginé que el maestro chiapaneco del documental El sembrador era don Cipriano en sus años de mayor vigor. Es el patrón de los corazones del pueblo porque siembra conocimiento y ética. Un manantial de agua fresca en un terreno árido. Sospecho que la pandemia no causó estragos en el ímpetu del profe Bartolomé, ni de su alumnado.

El sembrador (2018). Género: documental. Dirección y guión: Melissa Elizondo Moreno; fotografía: Natali Montiel; producción: Centro Universitarios de Estudios Cinematográficos-Universidad Nacional Autónoma de México, 85 minutos.

Autor:Nexos Fuente:https://educacion.nexos.com.mx/el-sembrador-de-esperanza/