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No volver a las aulas, ¿qué perdemos?





La mayoría de los mexicanos nos encontramos, de alguna u otra forma, involucrados en la educación ya sea como estudiantes, profesores, padres de familia o una combinación. Por ello, desde el inicio del confinamiento en marzo, esperamos ansiosos, semana tras semana, las noticias del retorno a las aulas; y, semana tras semana, nos sentimos defraudados por el alargamiento de la cuarentena educativa que concluyó en la clausura precipitada del ciclo escolar. La estrategia del gobierno federal, dada a conocer el pasado lunes tres de agosto, indica que será hasta el 24 de este mes cuando los alumnos de educación básica y media superior se incorporarán oficialmente al nuevo ciclo escolar 2020-2021, fundamentalmente con el apoyo de programas de televisión en una estrategia que podría denominarse “Aprende en casa 2.0”. Sin embargo, ante la inconsistencia de los pronósticos sobre el comportamiento de la pandemia en México, y el latente rebrote hacia finales de año, permanece la duda sobre el regreso a las escuelas, lo cual, afirma Giorgio Agamben, resulta oportuno para quienes buscan ciertas restricciones libertarias: “que las universidades y las escuelas se cierren de una vez por todas y que las lecciones sólo se den en línea”.
¿Y si, efectivamente, no volviéramos a las aulas pronto? Independientemente de las carencias tecnológicas en el país, ¿qué tan deficitarios serían los aprendizajes? ¿Qué están sacrificando los alumnos al confinar la enseñanza a la casa? La educación abarca un concepto mucho más amplio que la transferencia de conocimientos y la práctica de destrezas. Derivado de ello, la escuela se concibe como uno de los espacios más significativos para el ser humano, donde se adquieren y desarrollan competencias para la vida como la comunicación, la negociación, la resolución de conflictos y, en un estadio superior, la empatía, la solidaridad, la transformación de la realidad, entre otras. Por ello, confinar la educación a la casa significa una desventaja para la humanización y la socialización de la persona, en detrimento del desarrollo pleno de su ser y sus potencias.

Ilustración: Guillermo Préstegui

Rousseau: educación en la experiencia de vida

En el siglo XVIII, el filósofo suizo Jean Jacques Rousseau en su obra Emilio o de la Educación (1762) consideraba la educación —antes que todo— como el enseñar a vivir, en el entendido de que vivir consiste en saber hacer uso de nuestros órganos, de los sentidos, de nuestras facultades y de todo aquello que da un objetivo a nuestra existencia. Educar, desde Rousseau, es recoger nuestro equipamiento humano y hacer con él una coexistencia satisfactoria, a partir de experimentar la vida.
Paradójicamente, Rousseau nos alertó sobre confinar la educación a casa: “¿Puede concebirse un método más insensible como el de educar a un niño como si jamás hubiese de salir de su habitación y tuviera que vivir siempre rodeado de su gente?”. Y agregó que con este método, si el estudiante saliese a enfrentarse al mundo, no tendría posibilidades de sobrevivir con éxito. Si bien Rousseau no podía considerar que contaríamos con avances tecnológicos que nos permitirían mantener una educación virtual, o vía televisión, en caso de un aislamiento, es pertinente retomar su cuestionamiento en estos tiempos: ¿podemos sustituir el aprendizaje de la experimentación por una comunicación virtual? ¿Podemos reemplazar la interacción natural por una artificial?, ¿qué sacrificamos? Aparte de privarnos de la percepción sensorial que acompaña al lenguaje no verbal, renunciamos a relacionarnos con quienes están fuera de nuestra esfera virtual: personas ajenas a nuestro salón de clases y que enriquecen nuestra habilidad de socialización.
Rousseau afirmaba que la educación de los infantes comienza con la medición de sí mismos con otros niños, pero si una niña o un niño no acude a la escuela y queda cautivo en su casa, ¿con quién autoregulará su ímpetu? ¿Con quién negociará los roles de juego? ¿Cómo identificará los propios límites? ¿Cómo se reconocerá a sí mismo a través de su interacción con el otro? Aun cuando el niño tenga hermanos, su ambiente familiar, entendido como un espacio regulado bajo determinadas normas, costumbres e ideologías, no le permitirá poner a prueba sus habilidades con niños de contextos distintos al suyo, en detrimento del aprendizaje por experimentación.

Freinet: educación en y para la comunidad

Para el pedagogo francés Célestine Freinet, en consonancia con Rousseau, educar es contribuir a que el ser humano, con todas sus potencias y en todas sus dimensiones, se desarrolle como persona a partir de un entendimiento y, quizás, un hermanamiento con su entorno. Para Freinet, la escuela tradicional, basada en el individualismo más tosco, debe transitar a formas educativas cada vez más solidarias, donde la práctica de la cooperación y el trabajo en equipo sea constante.
Sin embargo, hoy la escuela en línea nos remite a una educación híper individualista, atomizada y orientada a una autodidaxia fragmentaria: alumnos aislados en una habitación que reciben instrucciones a través de un ordenador o del televisor; que recogen en sus correos electrónicos o descargan de sus plataformas la guía de las actividades a realizar; imposibilitados del contacto humano con sus pares y su consecuente despliegue de ímpetus; obligados a la autocensura ante la mirada indiscreta de los cohabitantes o a limitar su comunicación por la penuria de sus recursos tecnológicos.
Para acercarnos a una integralidad educativa es necesario reconocer que la escuela tiene una doble función alfabetizadora: de las letras y los números, y de las emociones, las habilidades sociales, la toma de decisiones y el manejo de las relaciones interpersonales. En este sentido, decía Freinet, la educación basada en una concepción de la psicología tradicional enfatizaba los aspectos más racionalistas del aprendizaje en detrimento de los factores afectivos y sensitivos.
Una educación meramente virtual privilegia el desarrollo cognoscitivo sobre lo emocional y espiritual. Al coartar el contacto humano, ¿con quiénes se puede sostener debates acalorados que después se subsanan en un partido de fútbol, en el convivio escolar o en la propia dinámica del aula? ¿Con quiénes desahogar, a través de un cálido abrazo, los problemas familiares o personales? ¿Cómo acercarse a la persona por quien se siente una atracción sin intermediación de las redes sociales?
Cuando el alumno se apropia de su aula potencia sus procesos cognitivos al generar afectos, coexistir con los desafectos, descubrir sus sensibilidades, revelar sus talentos, alimentar sus intereses, y, cuando el aprendizaje va acompañado de experiencias de inmersión social, robustece sus capacidades críticas, compasivas y solidarias.

Freire: educación para la transformación social

Para el pedagogo brasileño Paulo Freire la educación es sinónimo de revolución social; es una acción totalmente humanista que procura la integración del individuo a su realidad y, a través de ello, ejerce su libertad recreando un proceso de búsqueda, independencia y solidaridad. Freire parte de la idea de que el ser humano es un ser de relaciones que no sólo está en el mundo, sino con el mundo.
Según Freire, la educación debe llevar a la comprensión del medio, del contexto y de las distintas realidades sociales. La concientización de sí mismo como parte de un todo se logra a través de construir vínculos con los otros; no sólo de entenderse como un agregado de individualidades que coexisten, sino como una interrelación de personas conectadas entre sí, y ello sólo puede desarrollarse desde pequeño en las aulas de la escuela.
El parcial anonimato que resulta de la virtualidad trae como consecuencia la dificultad de construir vínculos y establecer conexiones humanas a partir de percibir integralmente a una persona. Este anonimato puede convertirse en apatía, inacción, y ausencia de compromiso que conduce a la pasividad en la búsqueda de sí mismo, y —en una escala colectiva— a la inercia en la transformación de la realidad. En el anonimato nadie es responsable del mundo y todos son delegados de su propia historia, convirtiéndose así en en agregados de individualidades que velan hoy por su supervivencia: ahora no es tiempo de solidaridad, es tiempo de sobrellevar con mis propios recursos la crisis que me enfrenta.
Por su parte, la interrelación se fortalece cuando los y las estudiantes se convierten en educadores de sus coetáneos al volverse ejemplo del manejo de sus emociones, de diálogo constructivo, de resolución de conflictos y de mediadores, y ello sólo ocurre con la presencia en el aula. Cuando el propio alumno le provee las herramientas a sus compañeros para desenvolverse positivamente, se construyen conexiones que escalan hacia la transformación de su medio inmediato y, a largo plazo, de su entorno y su realidad.
Finalmente, apuntaba Freinet que la vida en pequeñas comunidades convierte a los hombres y a las mujeres en seres humanos y, ¿qué es la escuela sino una pequeña comunidad, un colectivo donde se conocen, se entienden, se procuran personas que comparten el mismo fin? En una época que arrastra a los niños, adolescentes y jóvenes al retraimiento o camuflaje de sus personalidades producto de la tiranía de los dispositivos móviles y las redes sociales, la escuela los conduce al desdoblamiento de sus identidades a través de la libertad que significa la vida comunitaria. Ante el acecho de la virtualidad en la educación es necesario replantear la pregunta inicial que condujo el desarrollo de este texto: pasar del ¿qué sacrificamos ante la imposibilidad de asistir a las aulas?, al ¿cómo fundamos una educación humanizante a través de la impersonalidad de la web o de los programas de televisión? Si el vitalismo, la construcción de vínculos, el trabajo en comunidad y la cooperación son respuestas que nos ofrece la educación frente a los valores individualistas que gobiernan las sociedades de nuestro tiempo, ¿cómo replicarlos ante una exacerbación de ese individualismo producto de la virtualidad?
Quizás hoy, en lo que encontramos las claves para que la educación a distancia cumpla con sus dos funciones alfabetizadoras y se brinden las condiciones necesarias para lograr una educación virtual satisfactoria para todos, no nos queda más que reforzar el círculo primigenio de aprendizaje del ser humano, la familia, y rescatar su valía como proveedora de una educación orgánica.
Autor:Nexos Fuente:https://educacion.nexos.com.mx/?p=2426