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Flexibilidad curricular y aprendizaje dialógico: ejes de la educación comunitaria

En México, el CONAFE desarrolló una propuesta curricular de educación básica que, alineada a los planes de estudio nacionales, es apta para trabajar en aulas multigrado y efectiva con un mínimo de condiciones y recursos. Se trata de un modelo de educación comunitaria que permite a niñas, niños y adolescentes desarrollar su capacidad para aprender a aprender en un ambiente de respeto, colaboración y diálogo.



En el sistema educativo mexicano existe una opción diseñada para llevar educación a localidades pequeñas, de difícil acceso, localizadas en el medio rural, con los mayores índices de marginación en el país y que, por sus condiciones, no pueden ser cubiertas por la SEP: se trata del Consejo Nacional de Fomento Educativo, CONAFE.
El modelo educativo del CONAFE se aleja de la gradación de conocimientos por fases o niveles escolares, optando por un currículo flexible y una organización de la práctica educativa que deja de lado la cultura memorística y de reproducción de la información, para construir una comunidad de aprendizaje en la cual la información se busca, procesa, comparte y utiliza como estrategia de solución a problemas concretos en situaciones específicas, desarrollando así en el estudiante habilidades de aprendizaje, de comunicación, pensamiento crítico y convivencia.
En este modelo, la figura del “maestro” es ejercida por educadores comunitarios. Ellos parten de un temario (catálogo de “desafíos”) organizado en cinco campos formativos: lenguaje y comunicación; pensamiento matemático; exploración y comprensión del medio natural; del medio social, y participación en comunidad.
Para ponerlo en práctica se recurre a la relación tutora, que es la enseñanza basada en el diálogo uno a uno, tomando en cuenta al estudiante, sus intereses y necesidades, cómo construye su aprendizaje y su estado de ánimo.
El educador comunitario (tutor) ofrece a sus estudiantes los “desafíos”, dando suficiente contexto sobre lo que se espera aprender, con la intención de que la elección esté basada en un interés genuino. Así lanza preguntas que buscan despertar la motivación y el deseo del estudiante por adquirir los aprendizajes vinculados a los temas propuestos.
El estudiante elige el “desafío” de su interés y entonces se inicia un diálogo entre el “tutor” y el “aprendiz” mediante el cual el primero sondea qué le interesa al aprendiz, a partir de ubicar desde qué ángulo quiere abordarlo y qué es lo que ya conoce.
El tutor aborda el tema a través del diálogo, considerando la línea de pensamiento del aprendiz, sus opiniones y saberes. En esta relación se establece la escucha activa entre ambas partes y es tan importante lo que dice el tutor, como las respuestas del tutorado, de manera que se construye un trayecto formativo único, centrado en el estudiante. Un “desafío” puede promover el aprendizaje de un tema de manera inicial y general, o favorecer aprendizajes que implican conocimientos previos y mayor profundización. El criterio es la condición del estudiante, reconocida en la relación personalizada que se establece mediante el diálogo.
El aprendiz va haciendo su “registro del proceso de aprendizaje” (RPA), donde describe sus aprendizajes, intereses o dificultades, y reflexiona sobre cómo lo aprendió. Además de apoyar el desarrollo de habilidades de escritura, el RPA sirve al estudiante para ordenar su pensamiento y, con ayuda del tutor, analizar su proceso de aprendizaje, e identificar las estrategias que le fueron más útiles.
Por su parte, el tutor escribe su “registro de tutoría” (RT) en el que da seguimiento al proceso de aprendizaje. En él anota las dudas, los aprendizajes y las estrategias que mejor funcionaron a su aprendiz, así como los temas de interés del estudiante que capta a través del diálogo.
La tutoría dura tantas sesiones como sea necesario, hasta que el estudiante considere que alcanzó el objetivo de aprendizaje. Durante el tiempo en que se aborda el tema, tanto aprendiz como tutor pueden investigar para conocer más o profundizar en algún aspecto específico de interés del estudiante. Así se alimentan tanto el registro de tutoría como el registro del proceso de aprendizaje.
Posteriormente, el estudiante hace una “demostración pública” sobre lo aprendido. El tutorado da a conocer a sus compañeros, o incluso a padres de familia y comunidad, qué aprendió y cuál fue su proceso de aprendizaje, se puede apoyar de preguntas como son: qué quería entender o resolver; qué dificultades encontré; cómo las resolví; qué entendí, y cómo se vinculan esos conocimientos con cuestiones de mi comunidad, familia o mi propia vida. La “demostración pública” contribuye de manera importante al desarrollo de las habilidades comunicativas del estudiante, específicamente a la claridad de ideas, la confianza para hablar en público y la expresión oral fiel al pensamiento y adecuada al auditorio.
El proceso se considera completo cuando la o el estudiante tutoriza a otro compañero sobre el tema que aprendió. Ello permite al aprendiz compartir, profundizar y afianzar su conocimiento, apropiándose del desafío que estudió, al tiempo que se va tejiendo una red de tutoría en la que todos en el aula son “tutores” y “estudiantes”, construyendo así una comunidad de aprendizaje.
De todos los factores que intervienen e influyen en el proceso de aprendizaje, probablemente “querer aprender” es el más poderoso. La motivación por aprender puede responder al interés espontáneo del estudiante por aprender cierto contenido, resolver dudas o problemas, explicarse aspectos de la realidad; o bien, puede ser promovida mediante el diálogo o por un interés generalizado del grupo escolar. El modelo del CONAFE da una gran importancia al interés del estudiante y promueve el abordaje de los contenidos a partir de éste.
Por ejemplo, en un aula de primaria se trabajó sobre mitos y leyendas. Una tutoría abordó la leyenda del Popocatépetl y en la demostración pública el tema de los volcanes despertó el interés del resto de los estudiantes. Esto llevó al educador comunitario a preparar un “desafío” sobre las características de los volcanes y a iniciar una nueva red de tutoría sobre éste. Conforme el tema se fue tutorando en red, se enriqueció con las aportaciones e intereses de cada estudiante. Así, fueron descubriendo los volcanes más cercanos y otros más lejanos. Y cuando las exhalaciones del Popo fueron noticia, se comentó también sobre lo que estaba sucediendo en ese momento.
Para poder tutorizar de esta manera, es indispensable conocer y comprender a profundidad el tema, porque es la única forma de abordarlo desde el interés y razonamiento del aprendiz y de anticipar las dificultades que ella o él podría encontrar durante la tutoría. Esto implica tener la capacidad de aprender por cuenta propia y la posibilidad de acceder a fuentes de consulta.
Además, requiere práctica y sensibilidad para escuchar genuinamente al aprendiz, identificar su proceso de razonamiento y adaptar la enseñanza a éste. Entre más familiaridad haya con el grupo y entre estudiantes, la tutoría será más fluida. Ya que el modelo implica un uso distinto del tiempo pedagógico, requiere también para el educador comunitario desprenderse de los propios referentes acerca de cómo funciona una escuela tradicional y de cómo se enseña.
Sobre todo, y esencialmente, requiere creer en la capacidad que todos tenemos para aprender y para enseñar a través de la palabra.
Autor:MUXED Fuente:https://www.muxed.mx/blog/curriculo-conafe