Grupo Loga | el-poder-de-las-ciudades-para-el-desarrollo-infantil-desde-los-derechos-de-las-infancias

El poder de las ciudades para el desarrollo infantil, desde los derechos de las infancias

Este texto es una invitación a pensar en dos ideas clave y cómo se entretejen en favor de garantizar los derechos de las infancias: 1) la primera infancia y 2) los espacios públicos.



El lugar en donde nacemos influye en cómo crecemos y nos desarrollamos. Esta es una frase que constantemente escucho y comparto en mi labor, pero ciertamente es una frase que marca y refleja la realidad de muchos problemas sociales, públicos y, al final, sistémicos en México.
¿Qué pasaría si cada uno de nosotros hubiéramos tenido la oportunidad de disfrutar de nuestro crecimiento, desde bebés, en un espacio amigable, accesible y seguro? y ¿Cómo sería si este espacio hubiese sido público y no solo para el acceso de unos cuántos?
Para el 2050 el 70% de la población infantil vivirá en ciudades (UNICEF, s.f.); sin embargo, las ciudades no se diseñan para cubrir las necesidades y servicios básicos que favorecen al desarrollo de los primeros años de vida de una persona ni para sus cuidadores primarios. Es una realidad que los bebés, niñas y niños menores de seis años experimentan el mundo, ¡y su ciudad o localidad!, a una escala distinta, pero los servicios básicos y los espacios públicos donde crecen tampoco responden a sus necesidades, particularmente aquí en México.
Según el Sistema Nacional de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes (2018), la primera infancia comprende desde los 0 hasta los 6 años y es la etapa más crucial para el desarrollo de una persona. Durante los primeros seis años es cuando las personas generamos más conexiones neuronales y a mayor velocidad, a lo largo de nuestra vida. Ello no significa que no hagamos esas conexiones más adelante, sólo que no sucederá tan rápido como en la primera infancia.
Según UNICEF, más del 80% del crecimiento del cerebro de una persona se desarrolla en los primeros tres años de vida, contribuyendo al desarrollo de habilidades de lenguaje, funciones cognitivas y capacidad sensorial. De ahí que los primeros años de vida de una persona sean tan cruciales para el resto de su crecimiento y que organizaciones, como la Fundación Bernard van Leer, inviten a cuestionarse ¿Qué pasaría si experimentamos el mundo a 95 centímetros de altura?, ¿Cambiaríamos algo de nuestro entorno?
La estatura promedio de un niño o niña de tres años, que ha tenido su crecimiento esperado, es de 95 cm y el mundo no está diseñado a esa escala. ¿Qué sentirías si todos los días intentas lavarte las manos en un lavabo que no alcanzas? o ¿si intentas cruzar la calle al tiempo que un semáforo te marca 15 segundos? ¿Qué más cambiarías?
Es obvio que pensaríamos en cosas básicas (tan básicas que pocas veces las tenemos en casa o en preescolares) como la mesa, la silla, ¿qué más?, ¿cambiarías por ejemplo el trayecto de un autobús o cómo están distribuidos los asientos?, ¿cambiarías la proximidad de las instituciones y servicios a los que asistes como: el médico, la escuela, centro de desarrollo infantil, etc.?
Del mismo modo, quiero invitarte estimada lectora o lector a pensar en el espacio público como un tercer actor educativo, en donde las niñas, niños y cuidadores primarios pueden aprender, enseñar, pero sobre todo acercarse a su entorno, naturaleza y generar vínculos fuertes entre cada persona involucrada con el crecimiento de la primera infancia. Sin embargo, en un mundo donde se promueve el juego a través de dispositivos electrónicos (¡ojo, no digo que sean malos!), donde no se propician los vínculos entre cuidadores e infantes, y donde es peligroso salir a jugar o incluso caminar, pocas veces todas las y los aprendices tendrán acceso a las oportunidades de crecer, acercarse y jugar libremente. Al respecto, la Fundación Bernard van Leer en su reporte sobre Access for All Babies and Toddlers hace referencia a dos factores importantes para el bienestar y desarrollo de la niñez: 1) ambientes seguros y físicamente estimulantes y 2) interacciones frecuentes, cálidas y responsivas con personas adultas. De ahí que, impulsar espacios públicos que permitan estas interacciones de niñas y niños con la naturaleza y sus cuidadores debiera ser una prioridad en nuestra sociedad.
Pero ¿basta con imaginar un espacio digno para el crecimiento y desarrollo de todos en una comunidad? Mi corta experiencia en el tema me ha mostrado que se requiere de todo un ecosistema (y una aldea) para criar a la niñez. En específico:
  • Necesitamos de las autoridades locales para sostener y mantener el espacio; por ejemplo, gobiernos comprometidos con atender realmente –desde la innovación– las necesidades de los barrios y las comunidades que los habitan.
  • Se precisa de la academia para tomar decisiones; por ejemplo, el Tec de Monterrey publicó una batería de indicadores para evaluar los entornos urbanos y determinar si un barrio es amigable, o no, con la infancia.
  • Urge la inversión privada y organizaciones de la sociedad civil operando experiencias en este ecosistema.
  • Requerimos de las comunidades, de las y los líderes comunitarios, para organizar y cuidar del espacio que, en definitiva, les pertenece. Serán ellas y ellos quienes lo usen, y quienes puedan exigir su mantenimiento desde la garantía de sus derechos.
Actualmente, han empezado a surgir grandes esfuerzos por vincular la primera infancia con los espacios públicos amigables y el cambio climático. Por ejemplo, desde Fundación FEMSA se están implementando Lugares Amigables para la Primera Infancia (LAPIS) que –en colaboración con Fundación Placemaking México y con su metodología– buscan mejorar las condiciones de niñas, niños y sus cuidadores en parques, plazas, senderos seguros, huertos urbanos y patios escolares. Asimismo, Movimiento de Activación Ciudadana A.C. (MOVAC) ha puesto en marcha senderos seguros para conectar preescolares con bebetecas. Del mismo modo, en Chile Patio Vivo transforma patios escolares para acercar a la infancia con la naturaleza.
Finalmente, este texto tiene la intención de invitar a pensar en espacios públicos para la primera infancia, porque pensar, convocar, diseñar e intervenir espacios con la mirada de un niño o niña de 95 cm de altura, y de quienes las y los cuidan, es pensar en espacios inclusivos para todas las personas; es pensar en espacios que brinden la oportunidad a cada persona menor de seis años de ejercer su derecho a vivir en condiciones de bienestar, a un sano derecho integral, a la protección de su salud y seguridad social, al descanso y esparcimiento y, en especial, es pensar también en su derecho al juego. No basta con imaginar, es urgente y necesario seguir fortaleciendo todos los esfuerzos para que bebés, niñas y niños tengan la oportunidad de crecer y desarrollarse en cualquier ambiente.

Autor:MUXED Fuente:https://www.muxed.mx/blog/derechos-infancias